Mis padres y mis abuelos vivían en la misma casa, aunque cada familia tenía su espacio.
En aquellos tiempos era impensable dejar a los abuelos solos.
Era muy pequeña cuando mi abuela falleció, el cariño que sentía por ella es muy difícil reflejarlo en estas líneas, a pesar de que hace más de 40 años que esto sucedió, nunca me olvidé de ella, es como si la viese todos los días.
El caso es que cada 10 de octubre cuento la cantidad de años que pasaron y mi recuerdo sigue intacto.
Hasta ese día fuí la niña más feliz, siempre con mi abuela.
Un día íbamos las dos de paseo cerca de casa, sin motivo aparente se cayó, fuí corriendo a avisar a mi abuelo y al llegar a él, tenía tal llanto que no era capaz de explicarle lo que había pasado.
Llamaron al médico, lo recuerdo perfectamente, se llamaba Félix, llegó a casa con su bicicleta y su maletín, yo siempre estaba por el medio, dirigiéndose a mi abuelo le dijo: "Sr. Maximino, está enferma del corazón".¿Sería verdad? el ojo clínico era el utensilio de diagnóstico del médico.
Desde aquél día no salió de casa, siempre en la cama o sentada, nunca más salimos a pasear. No sé cuanto tiempo pasó hasta su fallecimiento; unos días antes, me dijo que cuando fuera mayor tenía que buscarme un marido que fuese guardia civil, en aquella época debía de ser un referente.
El día del fallecimiento era tal el revuelo que había en casa que no podía entender nada, llovía mucho y mi abuelo llevaba una gabardina con una cinta negra en un brazo; a mi madre no la veía por ninguna parte, una vecina quería llevarnos a mis hermanos y a mí a otra casa, algo imposible: a mí nadie me iba a llevar de allí, mi abuela estaría en alguna parte y me llamaría y tenía que ir corriendo hacia ella, me explicaban y me explicaban, no quería entender nada. No me fuí de casa.
Al día siguiente fue el entierro, la vecina me tenía entretenida en la cocina con la puerta cerrada con seguro para que no pudiera salir, el jaleo de la gente y algunos lloros me alertaron. La vecina que no podía más conmigo, yo quería salir pero no era posible, me subí no sé a dónde y ví que sacaban de la casa el féretro, dije, adiós abuela.
En la manga de mi abrigo rojo también me pusieron una cinta negra.
A partir de ese día mi vida cambió y mucho.
Saludos.